Christian Ureña cuida el último recuerdo
De niño jugaba entre ataúdes, incluso sus hermanos lo encerraron en uno. A lo largo de 25 años como embalsamador, han pasado más de ocho mil cadáveres por las manos de Christian Ureña.
“Embalsamar es un arte porque realmente nosotros creamos una especie de obra de arte con aquel cadáver, que está todo golpeado y que a veces está desfigurado, para que sus familiares lo vean con una tranquilidad y puedan despedirse de una manera digna”, expresó el leonés de 43 años.
Christian pasó su infancia en la funeraria familiar donde jugaba con sus hermanos. A sus cinco años vio a su tío César Arturo Ureña desempeñar el trabajo que años después él realizaría como uno de los técnicos embalsamadores certificados en León.
“Era un chiquillo curioso, y al abrir una puerta me tocó ver a mi tío sostener órganos en las manos mientras estaba embalsamando. Era el caso de una persona que había muerto por un accidente automovilístico. Yo me quedé impactado en el momento, pero a los cinco segundos se me quitó”, relató.
De sus tres hermanos, el licenciado en Administración por la universidad EPCA, decidió continuar con el legado familiar de más de 60 años, por lo que se certificó como embalsamador en la Universidad de Torreón, en el Instituto Politécnico Nacional y en la asociación estadounidense NFDA.
“Es un negocio familiar que viene de generaciones, yo soy la tercera. Crecí entre los ataúdes y los cadáveres. Como toda la vida he estado acostumbrado a esto, realmente me siento como en casa”, indicó.
Christian Ureña, director de Grupo Ureña Funerarios, comenzó a trabajar en la funeraria a sus 15 años, pero fue en 1999 cuando embalsamó su primer cadáver a los 18 años. Se trató de una mujer de 99 años que murió por una enfermedad pulmonar obstructiva crónica.
“Lo que tenemos ante nosotros es una persona que perdió la vida por la razón que haya sido. Y nosotros tenemos que hacer nuestro trabajo de la mejor manera, no para la persona que falleció, sino más bien como un legado para que la familia pueda rendirle un homenaje de despedida”, reflexionó Ureña.
El padre de familia de un niño de 12 años y una pequeña de tres, comentó que un caso que lo marcó fue el de un bebé de Durango que falleció en una fiesta en León tras sufrir una caída.
“Me tocó embalsamar a un bebé y me trasladé inmediatamente a mi hijo que tenía exactamente la misma edad. Vi a sus papás hechos pedazos, entonces traté de hacer el mejor trabajo que pude. Usé químicos más caros, no por el tema de cobrar, sino porque quería esmerarme mucho.
“Me llevé la satisfacción de que los papás me dijeron que estaban satisfechos de ver cómo había quedado su bebé. Hay muchas cosas que te marcan y que te hacen valorar tanto la vida, esa fue una de ellas”, expresó Christian.
Actualmente pueden pasar tres meses sin que Christian trabaje con un cadáver, gracias a que cuentan con un equipo de 10 embalsamadores, sin embargo, atiende casos especiales de personas que hayan fallecido por accidentes o quemaduras y requieran de reconstrucción.
“A veces hay casos en el que no es conveniente que los vean por salud mental. Nosotros buscamos satisfacer las necesidades de las personas para ayudarles un poquito en su duelo. Eso es lo que tratamos de hacer aquí en Grupo Ureña”, afirmó.
Ureña indicó que cuando el cuerpo está íntegro el trabajo de inyectar químicos para preservar el tejido del cuerpo dura dos horas, sin embargo, cuando una persona es obesa el tiempo se duplica.
“En las personas obesas tienden a cerrarse sus vasos, entonces necesitamos inyectar con una máquina especial de bombeo que hace la función del corazón. Nos ha tocado embalsamar cadáveres de 250 y 280 kilos, entonces podemos llevarnos cinco horas”, explicó.
Un embalsamamiento normal va desde los tres mil hasta los 20 mil pesos, el costo depende del tipo de químico para la preservación del cuerpo y los trabajos de reconstrucción.
Christian señaló que en la funeraria realizan envíos a diversas partes del mundo. Un caso fue el de un asiático que falleció en Querétaro, y su esposa pidió su repatriación. Se utilizaron químicos potentes para preservar el cuerpo en perfectas condiciones, su traslado desde León hasta Shanghái, China duró un mes.
“Mi padre nos dejó un legado el cual era de tratar de apoyar a la gente mientras se pudiera y una manera hacerlo es darles la tranquilidad de que vean el rostro de su ser querido descansando”.