La fe que despierta a León antes del amanecer en el Día de la Virgen de Guadalupe
Ni el frío de la madrugada ni el desvelo impidieron que miles de peregrinos llegaran antes del amanecer al Santuario de Guadalupe.
Eran apenas las cinco de la mañana cuando comenzaron a escucharse los primeros pasos, el murmullo de familias enteras y el olor a flores frescas que anunciaban que la ciudad ya estaba despierta para celebrar a la Morenita.
Con imágenes colgadas al pecho, ramos de rosas en las manos y niños envueltos en cobijas, los fieles comenzaron a llenar el templo.
Algunos entraban con cautela; otros, con el alma por delante: de rodillas, paso a paso, cumpliendo promesas que quizá llevan décadas acompañándolos.
A las seis de la mañana, el templo ya estaba repleto. Afuera, la multitud esperaba paciente mientras se alistaban para cantarle las Mañanitas. Y como dice la canción, “desde una hermosa mañana” los peregrinos también se levantaron, listos para agradecer y pedir.
Entre ellos estaba Leonardo Ortiz, zapatero “de corazón”, como él mismo se define, quien no recuerda un diciembre sin presentarse ante la Virgen.
“Desde que estaba niño mi papá me traía. Se me quedó grabado y cada año trato de venir”, compartió.
Empezó a los 14 años, y desde entonces solo la enfermedad o el trabajo se han interpuesto. Aun así, vuelve cada 12 de diciembre con la misma frase por delante: “Primeramente Dios y la Virgen de Guadalupe”.
Leonardo agregó que ha entrado de rodillas al templo alrededor de cuarenta veces. “A veces ya me duelen las rodillas, pero lo que puedo, lo cumplo”.
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Esta mañana se levantó a las seis y media, aunque se desveló viendo las Mañanitas en televisión. “Es la madre de uno. La segunda madre que nos cuida”, aseguró.
Entre la multitud también venía Leticia Ruiz, acompañada de su nieta Azul, una pequeña vestida como la Virgen, con manto, corona y una sonrisa que no se pierde ni por el frío.
“Nos levantamos a las siete y media. No es manda, pero venimos cada año”, dijo emocionada.
Leticia, orgullosa de seguir transmitiendo la devoción que también heredó de su mamá. Calcula que lleva más de 45 años viniendo.
A su lado, Azul apenas puede contener la emoción. “Estoy muy feliz. Es su cumpleaños y es muy especial para ella”.

El frío de la mañana no detuvo nada. Cuando el coro comenzó a entonar las Mañanitas, cientos de voces se unieron.
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Hubo quienes alzaron la mirada, quienes cerraron los ojos y quienes dejaron que las lágrimas cayeran sin intentar detenerlas. Era un canto a pulmón, de esos que no requieren ensayo porque nacen de la fe.
La escena continuó durante el día. Niños, adultos mayores, familias enteras, trabajadores que se daban un momento antes de iniciar la jornada.
Con banderas de la Virgen, niñas vestidas como ella y flores en cada rincón, el Santuario fue un desfile constante de agradecimientos, peticiones y promesas cumplidas.

