Enchiladas con cecina: 60 años de sabor e identidad en Purísima del Rincón
En este rincón del Bajío, las enchiladas no solo se comen, se celebran. De queso, de carne, de papa o de frijol, pero si no llevan cecina, simplemente no saben a Purísima del Rincón. Así lo sienten y lo dicen sus habitantes, orgullosos de un platillo que ha marcado generaciones.
La historia comienza en 1965, en el mercado municipal, donde la oferta gastronómica era sencilla pero sabrosa. “Puro pozole, enchiladas y taquitos era lo que se vendía”, recuerda Rafael Gutiérrez Magallanes, actual encargado de la tradicional Cenaduría Rosita.

Fue su madre, doña María del Carmen Magallanes, quien decidió innovar. “Pues es que empezaron a secar carne. Y ya empezaron a vender, a vender, y a vender. Y ahora es una tradición”, relata Rafael. En ese entonces, la idea de acompañar las enchiladas con cecina y pollo fue un parteaguas: “Ella empezó a meter cecina y pollo”, afirma con orgullo.

Hoy, esa propuesta se ha convertido en emblema. Comer enchiladas sin cecina en Purísima es casi un sacrilegio. La demanda lo confirma: “Aquí vendemos 300 kilos de carne de bistec, hecho cecina, a la semana”, asegura Rafael.
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Pero detrás de cada platillo hay también jornadas largas y manos dedicadas. Juanita Gómez, con siete años en la cocina de la cenaduría, lo explica con claridad: “Tenemos compañeras que entran desde las 8 de la mañana, hasta las 11 de la noche. Es un turno corrido y las que estamos aquí preparando para que ya llegue al comensal estamos desde la 1 hasta las 10 de la noche. De domingo a domingo”.
Sesenta años después, las enchiladas con cecina no solo alimentan el cuerpo, sino también la memoria y el orgullo de un pueblo que ha hecho de este platillo su carta de presentación.