Trump y la democracia
Donald Trump ha vuelto a hacer historia con su retorno a la Casa Blanca. Además de asegurar la mayoría en el Colegio Electoral, obtuvo la mayoría del voto popular, y su partido obtuvo control tanto del Senado como -previsiblemente- de la Cámara de Representantes. Una campaña marcada por dos intentos de asesinato, cuatro inculpaciones y una condena penal terminó en una victoria contundente del republicano que las encuestas no lograron anticipar.
El voto a favor de Trump creció en todo el país; no solo en sus bastiones tradicionales, sino también en aquellos distritos típicamente demócratas. Los estadounidenses eligieron al magnate neoyorquino con plena conciencia de su retórica divisiva, xenófoba y misógina, y de su historial de controversias. Nada de ello disuadió a sus votantes.
En las próximas semanas, se realizará una autopsia de la derrota demócrata. Comprender de manera granular las tendencias demográficas y regionales llevará tiempo, y permitirá análisis más profundos. Pero me aventuro a plantear algunas primeras ideas.
Las razones del pésimo resultado electoral de Kamala Harris fueron múltiples: Joe Biden abandonó la campaña demasiado tarde, dejando a Harris apenas tres meses y medio para liderar una contienda presidencial sin haber pasado por una primaria interna del Partido Demócrata.
Además, la Vicepresidenta no se desmarcó de la figura de Biden, un Presidente profundamente impopular, lo que hizo que muchos la percibieran más como una continuidad que como un cambio, cuando dos tercios del electorado se declaraban inconformes con el rumbo que llevaba el país. Mientras que en los temas sustantivos dos inclinaron el voto hacia Trump: por un lado, la economía -particularmente la pérdida de poder adquisitivo y las dificultades para acceder a la vivienda- y, por el otro, la inmigración.
Han pasado ya dos días desde la victoria de Trump. Mañana regreso a México, pero antes quiero compartir dos reflexiones. Una amiga mexicana que reside en Washington desde hace varios años me confesó: “Pensé que podía ganar Harris; creo que me dio el síndrome de Xóchitl en el Zócalo”. Se refería a esa ilusión de ver a personas a tu alrededor apoyando a quien tú consideras el mejor candidato, y caer en el error de pensar que ese grupo es mayoritario. En Washington, 92.4 por ciento de la población votó por Harris, lo que genera una burbuja que puede distorsionar la percepción de las élites. Es evidente que el fenómeno de la circularidad del pensamiento de una parte de las élites se repite en diversas latitudes.
La segunda reflexión es que la democracia no solo enfrenta desafíos externos, como la propaganda rusa o el expansionismo de la influencia china, sino que también enfrenta embates desde dentro. Son las propias mayorías -la esencia de la democracia- quienes en múltiples países de Occidente, ante la falta de resultados tangibles, comienzan a dar la espalda a la defensa de los valores democráticos.
Podemos analizar la figura de Trump, la posible influencia de Elon Musk en esta elección, o los errores de Harris. Pero los resultados de la elección estadounidense no son un fenómeno aislado; son un ejemplo más del agotamiento que hemos visto en otros lugares del mundo. La democracia liberal está desgastada, incluso en los países que fueron sus cimientos. Las sociedades, en su búsqueda de respuestas, están girando hacia opciones que desafían ese modelo.
Quizá, más que ver en este triunfo el regreso de una figura polémica, deberíamos reconocer en él el síntoma de una era que se tambalea, y el deseo de un cambio profundo que aún no hemos sabido interpretar.