Omar Fabián, el bombero que se desvaneció en Cerro Gordo y volvió para apagar el fuego

Durante el incendio, el bombero Omar Fabián sufrió agotamiento por calor y fue atendido en una ambulancia. A pesar del cansancio, quiso volver para no dejar solos a sus compañeros
Foto: Cortesía

A las dos de la tarde, cuando el humo ya se alzaba por encima de los edificios y el sol caía de lleno sobre las faldas del Cerro Gordo, Omar Fabián ya estaba ahí: en medio del incendio, entre el pastizal seco y el aire espeso, con su uniforme cubierto de sudor y hollín.

Tiene seis años en el Heroico Cuerpo de Bomberos de León. El de este viernes era uno más de los llamados que atiende con convicción, pero a las horas de trabajo ininterrumpido, su cuerpo empezó a resentirlo. Primero sintió la lengua seca, como si la tuviera llena de ceniza. Luego, la respiración se le fue haciendo más corta, más difícil. El uniforme le pesaba el doble. Trató de resistir, pero justo cuando estaba por desplomarse, un compañero lo vio.

Lo ayudaron a salir del perímetro y lo recostaron en una camilla dentro de una ambulancia. Ya adentro, sudado y con el rostro sucio por el hollín y sudor, Omar seguía sonriendo. Platicaba con su compañero y con el paramédico que le preparaba el brazo para colocarle suero. Le colocaron la liga, buscaron la vena, y mientras tanto, él decía como si nada pasara: Solo necesito reponerme tantito, y regreso”.

No quería descansar. No quería quedarse al margen. Porque allá afuera, bajo el sol implacable y rodeados por humo, seguían sus compañeros, más de 25 bomberos, intentando sofocar un incendio que se ha vuelto cada vez más común en la zona norte de la ciudad. En los últimos meses, es la tercera vez que el cerro arde.

Esta vez, el fuego comenzó poco después del mediodía. Para las 2:30, las llamas ya eran grandes, visibles desde varios kilómetros a la redonda. El olor a quemado inundaba el aire. Desde el malecón del río, frente a Torre Cumbres y el Club Britania, y a un costado del Tec de Monterrey el humo se levantaba como una cortina gris sobre los cerros.

Personal de seguridad privada también se unió a la vigilancia de la zona, intentando evitar que el fuego se expandiera hacia los edificios y viviendas cercanas. Mientras tanto, distintas zonas del cerro ardían, separadas, como si fueran focos distintos.

Omar está acostumbrado al fuego. Lo ha enfrentado muchas veces. No le teme. Pero le teme a algo más grande: a fallar. “No puedo dejar a mis compañeros solos”, dijo antes de cerrar los ojos unos minutos. Solo eso, un descanso. Para volver al ruedo. Porque sabe que aún queda mucho por hacer.

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