Bajo el sol y el fuego: obreros del ladrillo que desafían los 200 grados todos los días
En medio de un paisaje árido, donde el sol no concede tregua, trabajadores de ladrilleras comienzan su jornada antes del amanecer. A las 4 de la mañana, cuando la mayoría aún duerme, ellos ya están moldeando el barro que más tarde se convertirá en ladrillo.
Su día no termina hasta las 6 de la tarde, doce horas después, entre polvo, calor y el humo de hornos que alcanzan hasta los 200 grados centígrados.
Juan Manuel Guevara conoce este trabajo desde los 14 años. Hoy, con más de dos décadas moldeando barro y horneando ladrillos, su experiencia no lo ha vuelto inmune al desgaste.
“Sí está pesado todos los días en el sol, a veces con el riesgo de un golpe de calor. Usamos sombreros, cachuchas, y cuando ya está muy intenso el calor nos metemos un rato bajo la sombra de un árbol o en lo tejabanes” comentó con la mirada cansada.
En épocas de calor, las temperaturas en la zona alcanzan los 37 grados, pero junto a los hornos, el calor se intensifica de forma brutal. Juan se protege como puede, usando chamarras gruesas, guantes de carnaza y gorras. “Afuera está a 35 grados, y aquí junto al horno está a más de 200. No hay más que aguantar”.
A su lado trabaja su hijo, Sebastián Guevara, quien con apenas unos años en el oficio ya carga con la rutina pesada de acarrear ladrillos sobre una carretilla desde muy temprano. “Sí es pesado, pero ya es rutina. Me pongo sudadera y cachucha para que no me pegue tanto el sol” platicó.
Padre e hijo, como tantos otros, sostienen con su trabajo una industria fundamental en el desarrollo urbano: la producción de ladrillo. Mientras el sol abrasa y los hornos rugen, ellos siguen bajo el fuego, con la firmeza de no detenerse.