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La UG y el origen Cervantino

La puesta en escena de los “Entremeses Cervantinos”, con el impulso del teatro universitario, fue la semilla que germinó en el festival cultural más importante de Latinoamérica

Por Dr. Luis Felipe Guerrero Agripino

Se diría incluso que las circunstancias de nuestra Casa de Estudios, de la ciudad y el estado de Guanajuato, del país mismo y hasta del mundo estaban diseñadas para impedir que un hecho así ocurriera.

Para hacernos una idea sintética y precisa del adverso panorama en que esa tradición surgió hace setenta años, conviene recordar las principales coordenadas sociales de entonces.

En 1950, la Universidad de Guanajuato tenía sólo cinco años de haber conquistado esa denominación y aprendía a gestionar la relativa autonomía institucional que tal categoría le confería; el Estado atravesaba severos conflictos políticos cuya gravedad desembocó en la desaparición de poderes en 1946; la industria nacional se había beneficiado por la participación de México en la Segunda Guerra Mundial al lado de los Aliados, pero la pobreza en el vasto sector campesino crecía y el fin del conflicto armado no conseguía eliminar la impresión de desastre moral, ruina económica y vacío espiritual.

En ese específico contexto, al amparo justamente de la conversión del antiguo Colegio del Estado en la moderna Universidad de Guanajuato, establecida oficialmente el 25 de marzo de 1945, comenzaron a crearse en Guanajuato grupos y peñas artísticas, revistas literarias y de opinión en las que se leían y analizaban las novedades llegadas de la Ciudad de México y, aunque escasas, de Buenos Aires y Madrid.

Fue así, en torno a 1947, que comenzaron los encuentros improbables y afortunados: en el “Estudio del Venado”, el “Café Carmelo”, en las plazuelas y callejones se cruzaron en diferentes momentos los jóvenes abogados Armando Olivares, Manuel Cortés y Eugenio Trueba, el médico Luis Cervantes, los pintores Manuel Leal y Luis García Guerrero, el ingeniero Luis Pablo Castro y otros más.

Poco después, en 1949 llegó a la gubernatura de Guanajuato un egresado del Colegio del Estado que había hecho brillante carrera en la capital del país: José Aguilar y Maya, quien designó como rector universitario a Antonio Torres Gómez, joven abogado nacido en León y formado en la UNAM, con la promesa de apoyar cualquier iniciativa de engrandecimiento educativo y de la institución. Éste, señaló al gobernador la necesidad de reforzar el proyecto humanista planeado por ambos con talentos de la Ciudad de México, entre los cuales puso en su mesa los nombres de Luis Rius y Horacio López Suarez (para fundar Letras), Luis Villoro, Ricardo Guerra (para fundar Filosofía), José Rodríguez Frausto, nacido en León, pero residente en la capital del país (para fundar la OSUG, el Cuarteto Clásico y la Escuela de Música), Jesús Gallardo, también leonés (para fundar Artes Plásticas)… y el de Enrique Ruelas, quien pese a haber nacido en Pachuca había estudiado en Guanajuato y había vuelto a la capital, para crear la Escuela de Arte Dramático y un grupo de Teatro Universitario. Como se dijo, una red insólita de destinos cruzados.

En tal circunstancia, el encuentro entre Enrique Ruelas y Armando Olivares fue también providencial: la innovadora visión teatral del primero tuvo un espacio de resonancia perfecto en la anchura de perspectivas filosóficas del segundo. El efecto luminoso de sus conversaciones e intercambios se hizo visible un año después de su llegada, al convencer ambos al rector y al gobernador de respaldar su proyecto de dar funciones teatrales al aire libre, hechas por el pueblo y para el pueblo.

Además del antecedente de Federico García Lorca y el teatro obrero de “La Barraca”, la idea tenía sólidos fundamentos.

Se trataba, en la visión de Ruelas, de integrar un grupo teatral con maestros, estudiantes, amas de casa y artesanos a fin de que las obras representadas fueran un vivo testimonio de expresión popular y contribuyeran a la generosa finalidad artística, cultural y — ojo— social que él veía en el teatro. Un teatro, escribió, que fuera una exaltación del alma popular: una institución hecha por todos, un grupo en el que se conjugara “la voluntad, el esfuerzo, el desinterés, el sentimiento y la cultura en una sola voz de arte y una auténtica misión social”, basada en la fraternidad.

A su vez, Olivares aportó dos cosas invaluables. Una es la solución artística de hacer una obra única a partir de tres entremeses unidos por un prólogo y un epílogo que él escribió y leyó en la función inaugural. Y la otra sus ideas sobre la facultad de redención espiritual del arte, ejemplificada en Cervantes mismo, quien de la experiencia dolorosa de su vida, transcurrida “entre heroísmo y pobreza, entre arraigo a su realidad y aspiración a lo imposible; entre llaga, esperanza y sueño”, logró una hazaña: “Se elevó al valor universal, al tipo humano actuante y vivo en todos los lugares y los siglos”.

Y claro, aportó la convicción pronto compartida de que quien es joven o va a la Universidad “no puede escapar a la responsabilidad de vivir en un mundo de distribución inequitativa de la riqueza, dolor punzante y miseria colectiva, ni tiene derecho a malgastar su vigor y su fuerza”.

Lo resumió así Olivares y lo ejecutó Ruelas en su tarea artística: “Contra la violencia estúpida, la acción creadora del trabajo. Toda energía debe empeñarse —ahora más que nunca— en la mística del sentido social, de la solidaridad humana, del rescate y transformación de un mundo alrevesado e injusto”. A 70 años de su comienzo y 50 de crearse el FIC, su heredero, esas palabras siguen vigentes.

Dr. Luis Felipe Guerrero Agripino

Rector General de la Universidad de Guanajuato.

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