Enrique Ponce se despide, Diego Silveti triunfa en Irapuato
Las leyendas son eternas, las leyendas no se despiden y logran trascender más allá del tiempo y del espacio, son seres que sobresalen en la historia por hacer cosas que para la gran mayoría de los mortales parecen imposibles.
Y justamente dentro de este selecto grupo habría que colocar sin duda alguna, a una de las máximas figuras que ha dado el toreo a lo largo de su historia, ese es Enrique Ponce que ya en el ocaso de su carrera ha decidido despedirse del público siempre lo apoyó.
Y es que a lo largo de 36 años que ha durado su carrera como matador de toros, a sus casi 53 años de vida ha decidido finalmente colgar el capote y entregar su vida a dios, más allá de los ruedos, más allá de la arena y la espada, ha decidido parar, aunque eso implique romper su corazón.
Pero no se despide de las plazas, porque en todas sin duda se hablará de él, cuando se recuerde alguna de aquellas memorables tardes que vivió en cada uno de los pueblos o grandes ciudades donde dejó la vida en cada faena, demostrando que el arte y el valor se refleja más allá del traje de luces.
Irapuato y la Plaza de Toros Revolución, recibió al inolvidable Enrique Ponce, para que, en regalar una tarde más, en un coso en el que nunca se había hecho presente, pero al que no podía dejar pasar.
Como anfitrión, una de las mejores cartas del toreo mexicano, Diego Silveti, heredero de una gran dinastía de matadores, con la garantía de que se brindaría en una gran tarde, para decir adiós a quien fuese su padrino en la plaza de toros México.
Especial la corrida para el matador guanajuatense, porque Ponce, además, un día compartió cartel con su padre, con el mítico Rey David.
Y es que, a diferencia de otras despedidas, en esta ocasión no hay tristeza, todo en Irapuato es un festejo, porque, aunque Enrique Ponce diga adiós, es para convertirse en lo que siempre ha estado destinado a ser, una leyenda.
Y dentro de esa fiesta, queda claro que el toreo en Irapuato se siente, se palpa, se vibra, en cada uno de sus aficionados que desde muy temprano llegaron a los alrededores de su plaza revolución para ser testigos de la historia.
Entre las calles, los padres y los hijos, las familias forman parte del entorno, los momentos que se volverán recuerdos y anécdotas para compartir a una afición que va en crecimiento.
Las nuevas generaciones que ven en el toreo, más allá que un deporte o un espectáculo, ven el sustento de cientos de familias que por tradición y por amor a la fiesta, diseñan y confeccionan con la misma precisión y maestría, los trajes típicos, las muletas y los capotes.
Las tradicionales tortas de carnitas, las botas y las fotografías de los matadores son otros artículos que representan el trabajo de gente mexicana que ha hecho de la tauromaquia un estilo de vida.
Ya en la plaza, la suerte fue repartida, Enrique Ponce lidiando con valor a sus tres primeros toros, no encontró la manera de cortar algún apéndice, así que decidió regalar un cuarto toro con el que estuvo voluntarioso, pero no pudo despedirse con algún trofeo, pero sí con el aplauso del respetable que se queda con el mejor recuerdo del matador, al son de las golondrinas.
Diego, inspirado de estar en casa y entendiendo a su primer y su tercer toro, logró cortar dos orejas, brindando el último al maestro Ponce, salió en hombros como el gran triunfador de la corrida, mostrando respeto en el mano a mano con la figura española.
Enrique Ponce, dijo adiós a Irapuato, pero Irapuato jamás podrá decir adiós a Enrique Ponce, porque dentro de los muros de la Plaza Revolución quedará tatuada la fecha en la que el maestro de valencia lidió a ‘de época’ como su último toro en ese suelo.
El 24 de noviembre Enrique Ponce se confirmó como leyenda en la ciudad de las fresas, recordando que las leyendas son eternas, que las leyendas, no se despiden nunca, porque viven para siempre en nuestra memoria.